El rol de la mujer en la historia de la medicina de todas las civilizaciones
En la historia escrita de la humanidad, las mujeres han sido las grandes olvidadas; sin embargo, su aporte a la salud ha sido fundamental en la historia de todas las civilizaciones. Este artículo forma parte de un trabajo sobre el rol de la Mujer Cuidadora en la historia.
Primera Parte

Escrito por Dra. Bettina Colmenares
La mujer ha ejercido diversas funciones a lo largo de la historia. Sin duda ha sido predominante su rol como cuidadora, asistente, enfermera. Tradicionalmente, el lugar y ocupación de la mujer ha sido la casa: las tareas domésticas, entre las cuales se encuentran el cultivo y la recolección, necesarios para la alimentación de la familia; la higiene y el conocimiento de las propiedades de los baños y diversos tratamientos con agua y vapor; o el cultivo del alma: la educación de los hijos. A pesar de tener un papel tan activo y decisivo en la sociedad, la mujer es parte de ese «otro» ente social, ese «ser no masculino luchador» con pleno derecho y autoridad social.
Invisibilidad de la Mujer Cuidadora
Tito Livio, historiador romano, describe el ideal de la mujer romana precisamente como ese ser invisible. El rol doméstico y reproductivo de la mujer está presente en todas civilizaciones antiguas, vinculado en algunos casos a un valor maléfico, por su conocimiento de los ingredientes en la preparación de los medicamentos.
Este doble poder de la mujer: curadora y envenenadora, que le viene dado por su conocimiento de las hierbas medicinales y se refleja en la legislación: la «Lex Cornelia de sicariis et veneficiis», en la que este historiador romano defiende el argumento de que, en caso de envenenamiento, siempre hay que acudir a las mujeres.
El trabajo femenino de cuidadora del hogar tiene menos valor que el masculino, más intelectual y menos manual. Progresivamente, las mujeres cuidadoras irán escalando en la sociedad hasta hacerse visibles al resto de la sociedad.
Ya en la antigua Roma comenzamos a tener testimonios de mujeres enfermeras, comadronas, médicas, con sus derechos laborales recogidos en la legislación vigente, aunque habrá que esperar bastantes siglos para que se reconozca la autoría de la mujer de algunos tratados médicos.
«Cuando te ven una mujer fuerte piensan que no tienes necesidad de nada ni de nadie, que puedes soportarlo todo, que pase lo que pase, lo superarás, que no te importa ser escuchada, cuidada o mimada.
Cuando te ven una mujer fuerte te buscan sólo para que les ayudes a llevar sus cruces. Te hablan pensando que tú no necesitas ser escuchada.
A una mujer fuerte no se le pregunta si está cansada,
si está sufriendo o cayendo,
si tiene ansiedad o miedo,
lo importante es que ella siempre esté allí: un faro en la niebla o una roca en medio del mar.
A la mujer fuerte no se le perdona nada.
Si pierde el control se convierte en débil,
si pierde los estribos se transforma en histérica o loca.
Cuando la mujer fuerte falta un minuto se nota enseguida,
pero cuando está se da por hecho su presencia,
es invisible.
Pero la fuerza que se necesita cada día, para ser ese tipo de mujer, no le importa a nadie.
Honra, reconoce, respeta y agradece a las mujeres fuertes que hay en tu vida, porque ellas también necesitan ser contenidas, queridas y sentir que pueden descansar en ti».
Texto de Carla Herrera Caro
«Tu Ventana de Colores»
Sitio Web de Salud y Bienestar
Por tradición, la mujer es la encargada del cuidado de la familia, a nivel físico, espiritual o mental. Desde la Antigüedad, el papel de la mujer como cuidadora y sanadora se puede clasificar en tres figuras femeninas que se dedican al oficio médico:
Nutrix: nodriza
Ornatrix: era como una auxiliar de enfermería
Obstetrix: típico oficio femenino de matrona o comadrona, que asistía en los partos
Medica: médica, ya capacitada con conocimientos científicos, para diagnosticar y prescribir tratamientos. Tal designación aparece atestiguada en el “código de Justiniano”, con una formación académica similar a la de los hombres, si bien no dejaron obra escrita.
Uno de los oficios de mujer más atestiguado en diversos tipos de fuentes es el de nodriza: nutrix, que se encarga de amamantar al recién nacido, llamado cariñosamente pupus o pupa. La madre en algunas ocasiones, por razones de salud, muerte o conveniencias sociales, no puede amamantar a su hijo, y es el ama de cría quien se encarga de alimentar a los hijos de las clases más altas. Solían ser las propias esclavas de la casa, aunque también se podían alquilar los servicios de las nodrizas.
La ornatrix es, de una forma más global, el oficio de la mujer como cuidadora, dentro y fuera de la domus. La matrona romana ejercía ese cuidado dentro del hogar, pero la mujer como trabajadora fuera del ámbito familiar lo encontramos recogido con el título de ornatrix. No solo se dedicaban al cuidado y «adorno» femenino, sino que se ocupaban de todos los aspectos del cuidado corporal, empezando con la dieta, pasando por la higiene, el ejercicio, el sueño, el baño, las relaciones sexuales, el peinado, maquillaje y joyería, etc., llegando al cuidado de la mente, acorde con la máxima «mens sana in corpore sano». La estética siempre ha ido unida al cuidado corporal, a la higiene, por lo que aquellas mujeres encargadas de cuidar el cuerpo eran también las encargadas de su adorno. De ahí el sentido que ha quedado del término. Autoridades como Galeno lo ponen de manifiesto al clasificar los cosméticos:
– ars ornatrix – ungüentos limpiadores de la piel, relativos a la higiene, desprovistos de sustancias tóxicas.
– ars fucatrix – cosméticos de adorno, para disimular el paso del tiempo y que incluían sustancias nocivas como el plomo blanco, usado para ocultar arrugas.

Las nodrizas…o madres de sustitución en la época romana
Prehistoria
Cuando los hombres cazaban, las mujeres recogían vegetales y frutos, mientras observaban y descubrían sus propiedades curativas, para luego administrarlos a los integrantes de la familia o del clan. De esa manera, descubrieron las propiedades medicinales de ciertas plantas y aprendieron a secar, almacenar y mezclarlas.
Es la mujer quien juega roles fundamentales vinculados a cuidar la salud de sus seres queridos: maestra, nodriza, curandera, sacerdotisa. Las mujeres guardaban en sus propios cuerpos el misterio y el conocimiento del nacimiento, eran las madres y dirigentes de la civilización. Son actividades imprescindibles para garantizar la continuidad de la vida, los cuidados, atenciones y socialización de los infantes.
Todo esto le daría un peso específico al establecimiento del matriarcado durante la Prehistoria.
Esta actividad evolucionaría desde la prehistoria hasta las actuales acciones que la mujer realiza en la práctica formal de atención a la salud, además de la actividad constante que desempeña en la atención primaria de la salud a los miembros de su familia. De esta manera, las mujeres empujaron a la humanidad hacia el neolítico al convertirse en las primeras agricultoras. Además, aprendieron a preparar barro, hornear cerámica, trabajar esmaltes e iniciaron las primeras mezclas de sustancias vegetales para la industria cosmética.
En paralelo, el pensamiento mágico religioso de la época establecía como deidad suprema a la propia tierra, en la forma de una mujer que da vida a todo.
Antiguo Egipto y Mesopotamia
En el ámbito de las deidades, se observa el vínculo entre lo femenino y el cuidado del bienestar: en todas las civilizaciones antiguas, como Sumeria o el antiguo Egipto, son las diosas protectoras de la salud, las depositarias de la sabiduría de la medicina.
En Egipto, las mujeres tuvieron gran libertad de movimientos. Podían ejercer multitud de oficios, andar libremente por las calles, comprar y vender, recibir herencias y tener acceso a la educación.
Las mujeres egipcias podían llegar a ser desde visires, jueces, médicos, escribas, funcionarias, empresarias, comadronas, nodrizas, masajistas, peluqueras, pedicuras, manicuras, perfumistas, hilanderas.
Metrodora es reconocida como ginecóloga, partera y autora del texto médico más antiguo conocido que haya sido escrito por una mujer, titulado: “Sobre las enfermedades y los cuidados de las mujeres”. Otros aportes valiosos incluyen: el uso del espéculo para los exámenes médicos, la creación de un tampón, tanto como método anticonceptivo como para el tratamiento de algunas infecciones vaginales, el desarrollo de compuestos médicos y el diseño de pautas para determinar si una mujer había sufrido de abuso sexual, en una época donde el eje de estudiar la salud femenina era exclusivamente para el parto. Sus escritos fueron ampliamente conocidos y usados por otros escritores de medicina en la antigua Grecia y Roma y también el Medioevo.
En Mesopotamia, las mujeres gozaban de un cierto estatus de igualdad: podían comprar y vender, tener representación jurídica o testificar libremente, ejercer diversos empleos y participar en la vida pública de las ciudades. En el campo de la salud, las mujeres fueron consideradas como sanadoras. Hubo mujeres que practicaban la medicina en la antigua Sumeria, en Babilonia, Egipto, Grecia, Roma y América precolombina.
Antigua Grecia
Aunque la principal deidad griega de la salud fue Asclepio, junto con sus hijas, Hygeia y Panacea, que aparecen siempre representadas con el símbolo de la medicina: las serpientes entrelazadas, existen otras deidades griegas relacionadas con la medicina: Démeter, cuidadora de mujeres y niños; Perséfone, que curaba los dientes y los ojos; Genetilis, la diosa a quien se dirigían las mujeres que deseaban quedar embarazadas; Diana, la diosa del parto, junto con su compañera Rea, a quien se atribuía haber traído a Grecia las medicinas cretenses.
En Atenas y Corinto, Isis y Afrodita, al igual que las musas, ninfas y nereidas eran llamadas «iatroi«, o sanadoras. Afrodita, bajo forma de paloma, curaba las enfermedades de la piel y las fiebres infantiles. Artemisa y Atenea curaban la ceguera mediante el uso de hierbas y Leto, por su parte, intervenía en los partos complicados.
Conocemos algunos nombres de mujeres griegas dedicadas la práctica de la medicina, entre ellas Agameda, citada por Homero en la Ilíada como mujer experta en la utilización de plantas medicinales con fines curativos, o Phanostrate, como la primera médica griega cuyo nombre nos es conocido.
Disponemos también de inscripciones, como una base de estatua hallada en Tlos, con una inscripción relativa a Antioquia de Tlos, hija de Diodoto, conocida en su región por su experiencia en el arte médico, quien había hecho erigir su estatua ella misma, lo que prueba, además, que se trataba de una mujer libre y rica.
Roma
En la Roma antigua, las diosas relacionadas con la salud son: Bona Dea, símbolo de la fertilidad, la salud y la longevidad; Fortuna, la diosa de las jóvenes que deseaban ser madres; Febris, la deidad de las fiebres malarias, a quien se dedicaban tres templos en las colinas de Roma, donde iban los pacientes para ser purificados mediante el uso de hierbas amargas y una dieta severa; o Minerva, principal diosa de la salud. Febe, nombre propio de «cuidadora, servidora”, «Diaconisa de la Iglesia en Cencrea«.
Respecto a las prácticas y procedimientos, la anticoncepción y el aborto eran frecuentemente utilizados por las mujeres.
Era Cristiana
Con la llegada del cristianismo, la labor de mujer cuidadora toma aún mayor relieve. Tal es el caso de Fabiola, del clan de las seguidoras de San Jerónimo quien, en el siglo IV, practicaba la medicina con los pobres de manera gratuita, llegando inclusive a crear un hospital para tratar a aquellos que eran abandonados por sufrir enfermedades que provocaban fuerte rechazo social. En esta época encontramos también hospitales en los que trabajan mujeres, especialmente como enfermeras y comadronas.

Las primeras médicas
Período Medieval
Predomina el rol agrícola de la mujer para mantener a los hijos: siembra y recolección, el cuidado de los rebaños. Pero también le corresponden las labores del hogar, el cuidado de los hijos, de los enfermos, de los mayores y la asistencia a los partos. Todo ello con salarios muy inferiores a los de los hombres. Aun así, era fundamental su desempeño en el mantenimiento de la economía.
Durante la Edad Media, las mujeres atendieron a enfermos. La principal actividad médica de la mujer era la de partera, pero hubo también mujeres médicas que ejercieron la profesión de manera encubierta, muchas de ellas esposas o hijas de cirujanos de las clases más bajas. Para el cuidado de los enfermos, son de alta importancia las órdenes religiosas cristianas.
Los primeros médicos que existieron no necesitaban autorización alguna para ejercer la medicina y se aceptaba a todo aquel capaz de realizar adecuadamente las actividades médicas.
Transición al Renacimiento
El aumento demográfico en la Baja Edad Media propició la aparición de núcleos urbanos en torno a lugares fortificados. En estos núcleos creció una nueva clase social, la de los burgueses, que basaba su economía en el comercio y la industria. Hombres y mujeres acudían a las ciudades, donde se realizaba un trabajo especializado y donde era cada vez más necesaria la mano de obra barata. Esto dio entrada a las mujeres en el mundo laboral, pero siempre en precario, pues el trabajo estaba controlado por los hombres y el salario de las mujeres se mantenía en inferioridad.
Aunque las mujeres trabajaban en casi todos los gremios, era en la industria textil y elaboración de vestidos donde lo hacían mayoritariamente. También copaban los trabajos relacionados con la alimentación, como la elaboración del pan o la cerveza.
Dirigían pequeños negocios y tiendas de comestibles donde vendían frutas, pescados y carnes. A pesar de todo, la discriminación femenina era notoria: se les fueron cerrando las puertas de acceso a los gremios y sólo en el caso de ser viudas de un maestro o tener un hijo mayor que se hiciera cargo del negocio se les permitía continuar con él.
A finales del siglo XV y dada la creciente crisis económica, las mujeres fueron expulsadas de los gremios y se hizo todo lo posible para impedir que siguieran trabajando.
En el siglo XIV ambos sexos se igualaron teóricamente al exigir algún tipo de examen a quien pretendiera ejercer la medicina. A finales del mismo siglo había en Alemania quince mujeres médicas autorizadas. El número se incrementó considerablemente en el siglo XV, pero exclusivamente porque el Emperador las había contratado para su atención a los enfermos pobres.
Era Precolombina y Colonia
Cuando llegaron los españoles al continente americano, ya las grandes civilizaciones tenían formas avanzadas de gobierno. También era notable el nivel de algunas ciencias, incluida la medicina.
Las culturas precolombinas sostuvieron una interesante mezcla de religión, magia y empirismo para combatir la enfermedad. Para los mexicas, por ejemplo, existía la mujer médica o partera llamada Ticiti, encargada de la atención del parto, del recién nacido y de un rito similar al bautizo cristiano.
Existía la «curandera«, rol asignado a la mujer, con acciones aplicadas a las clases más desprotegidas. Inclusive sus actividades persisten hasta estos tiempos, basándose en la combinación de rituales religiosos mágicos y empíricos, la administración de hierbas, sustancias minerales, productos animales y técnicas sencillas como elaboración de pócimas, sangrías, enemas y emplastos.
Junto a los médicos españoles llegados con la conquista, aparecen cuidadoras femeninas al estilo de las enfermeras de nuestros tiempos que, movidas por la caridad y la compasión, gestionaron cuidados y apoyo a heridos y enfermos.
Luego ya instaurada la época colonial, las acciones de atención a la salud recayeron sobre los médicos y evangelizadores venidos de España. Las actividades de enfermería en los primeros hospitales construidos fueron realizadas por las monjas de los conventos recién fundados en la Nueva España. Las actividades de estas “hermanas» eran principalmente de enfermería y de atención de las mujeres en sus partos.
La mujer civil no se dedicaba a estos menesteres, salvo en actos de caridad como los realizados en la Nueva España durante la epidemia de 1580 en que atendieron a los indios, únicos afectados en esta epidemia, llevándoles medicina, ropa, alimentos y el consuelo de la religión. La curandera seguía impartiendo sus servicios combinando ahora ritos paganos con los cristianos.
La mujer partera también continuó en su rol basada en su entrenamiento totalmente empírico.
Edad Moderna
El descubrimiento de América, el aumento del poder del estado, la disminución del poder de la Iglesia católica y la aparición de nuevos valores basados en el hombre -el Humanismo- y en la ciencia experimental, se convirtieron en factores de cambio que impactaron negativamente la vida de las mujeres.
El Renacimiento sólo contempló a los varones, quienes ven mejoradas sus posibilidades educativas y laborales. Para las mujeres fue todo lo contrario: no pudieron acceder a la educación humanista y los nuevos estados, centralistas y uniformadores, dictaron leyes que restringieron aún más sus posibilidades.
Las condiciones de vida de las mujeres campesinas no variaron: todo el peso del trabajo en la casa recae sobre las mujeres, además de que participan en tareas agrícolas y trabajan como temporeras en épocas de vendimia. Sin embargo, su salario siempre fue inferior al del hombre.
La fundación de las universidades, en efecto, es un factor positivo de desarrollo que, sin embargo, tuvo una repercusión negativa para las mujeres. La universidad excluye a las mujeres y el saber pasa a ser patrimonio del varón. Se excluyó a las mujeres de las profesiones que venían realizando y se las recluyó cada vez más al ámbito familiar.
El mundo no aceptaba fácilmente a la mujer ni dentro de los estudios de medicina ni en el ámbito de la práctica médica.
La excepción de esto fue Italia, donde las mujeres recibieron enseñanza médica durante siglos e incluso ocuparon cátedras universitarias de gran prestigio. En el siglo XVII la mujer fue aceptada en el campo de la obstetricia.
Entre las parteras más importantes de esa época destaca Mme. Boursier, partera de María de Médicis, segunda mujer de Enrique IV, que vivió en Francia y que fue quizá la primera en publicar un libro científico sobre su especialidad.
En paralelo, no existían métodos anticonceptivos seguros, las mujeres tenían un hijo cada dos años, la mortalidad infantil era muy alta y muy pocas mujeres participaban en la actividad productiva de las ciudades. Se mantenían en calidad de sirvientas con la implícita explotación económica y sexual del rol que ejercían. En ese contexto social, la inglesa Mary Wollstonecraft escribe en 1792 la “Vindicación de los derechos de la mujer”, obra que defiende a las mujeres contra su anulación social y jurídica. Esto marca el comienzo del movimiento feminista contemporáneo, al buscar la igualdad entre hombres y mujeres como un derecho al trabajo, a la educación y a la participación de las mujeres en la vida pública.
En Inglaterra, Elizabeth Cellier, al examinar las estadísticas de los fallecimientos habidos tras partos y abortos, concluyó que las dos terceras partes de las muertes se debían a la falta de conocimiento de las parteras. Persuadió al rey Jacobo II de Inglaterra para la creación de hospitales especiales para atención a las mujeres.
La historia del doctor James Barry es un ejemplo de las dificultades de la mujer para colocarse en el campo de la medicina durante el siglo XVIII. Barry era un oficial médico del ejército británico que gozó de notable reputación como cirujano durante 50 años, cuya autopsia reveló que era una mujer. El Departamento de la Guerra y la Asociación Médica quedaron tan confusos que el hallazgo no se divulgó y el doctor Barry fue enterrado oficialmente como hombre.

Siglo XIX
Es el siglo de profundas transformaciones, en los ámbitos ideológico, económico y social, que inciden de manera esencial en la situación de las mujeres. La aparición en Inglaterra del proceso de industrialización lanzó a las mujeres a las fábricas, sobre todo textiles que, junto con el servicio doméstico, eran las ocupaciones mayoritarias de las más pobres. Se explotaba a los trabajadores con jornadas agotadoras de 16 horas, trabajo infantil, despido libre, falta de asistencia sanitaria, hacinamiento o ausencia de seguridad laboral.
En el sector de la confección las mujeres se esforzaban hasta el anochecer dirigidas por oficialas y patronas que regentaban los talleres. En las jóvenes de clase media se hizo frecuente emplearse como institutrices y damas de compañía y es a mitad de este siglo cuando nace el oficio de enfermera.
Si bien los avances en pro de más inclusión social para la mujer se concentraron en conseguir para ellas el derecho a votar, hubo otros avances. Uno de ellos, está reflejado en la historia de la británica Elizabeth Garret, quien entró en el Hospital de Middlesex como estudiante de enfermería y, luego, pidió permiso para asistir a las clases de medicina.
Por ser mujer, sus peticiones por el derecho a una educación universitaria fueron rechazados en varias ocasiones, por lo que comienza otra carrera y logra la licenciatura emitida por la Sociedad Farmacéutica, título que la acreditaba para el ejercicio de la medicina. Como se le pedía una matrícula universitaria oficial, intentó conseguirla en Escocia y, tras presentar gran cantidad de documentos, obtuvo un certificado para ejercer durante un semestre la práctica privada.
Recibió el aprendizaje requerido de la mano de Sir James Simpson, importante defensor del movimiento femenino. En 1865 reunía todas las destrezas que la Sociedad de Farmacéuticos le había exigido y consistieron en examinarla. Superó la prueba sin dificultad para convertirse en la primera mujer licenciada por la Sociedad de Farmacéuticos inscrita en el Registro Médico.
Fundó el dispensario de Saint Mary para mujeres en los barrios pobres, recibe el doctorado de la Facultad de París (1870) y se convierte en la primera mujer en realizar un procedimiento quirúrgico: ooforectomía. Se mantuvo como decana de la Facultad de medicina para Mujeres de Londres durante 20 años. Ingresó a la Asociación Médica Británica, que nunca había admitido una mujer y, además, fue elegida alcaldesa de Aldeburgh (1907).
La americana Elizabeth Blackwell está considerada como otra de las pioneras en la práctica médica en el siglo XIX. Tras ser rechazada por diversas escuelas, Miss Blackwell insistió hasta conseguir ser admitida en el College of Medicine. En los dos años de duración de la carrera consiguió las máximas calificaciones para obtener su licenciatura en 1849. Junto con su hermana Emily y la doctora Zak, fundaron la Facultad de Medicina para Mujeres del Hospital de Nueva York.
La constancia y el buen hacer de estas pioneras de la medicina en Norteamérica lograron que se permitiera el acceso de las mujeres a las Facultades de Medicina.
La mujer ha sido la principal representante de la profesión de la enfermería.
Ya en la India antigua, cientos de años antes de Cristo, Charaka definió las cualidades que debía de tener una enfermera en cuatro puntos: «Conocer la forma en que deberían prepararse los medicamentos para su administración, inteligencia, vocación por los enfermos y pureza tanto de cuerpo como de mente».
Durante los periodos históricos de todos los países han sido las mujeres quienes fundamentalmente se han hecho cargo de la enfermería. Monjas de órdenes religiosas y grupos seglares con propósitos religiosos llevaron el peso de la enfermería durante el medioevo e incluso con posterioridad. Quizá el primer grupo religioso que se dedicó enteramente a la enfermería fue el de las monjas de San Agustín del Hotel Dieu de París en los siglos XVII y XVIII.
Florence Nightingale, en el siglo XIX, fue quien consiguió un verdadero rango profesional para las enfermeras. Fundó la primera escuela médico militar y fue responsable de otras innovaciones que hicieron los cuarteles más sanos y habitables. Los esfuerzos de Florence Nightingale fueron en buena medida responsables de la transformación de la enfermería en una profesión respetada y esencial dentro de la medicina.

ElizabetGarret se convierte en la primera mujer en realizar un procedimiento quirúrgico
Siglo XX
Es el siglo que marca la incorporación masiva de las mujeres al mundo laboral. El factor clave fueron las guerras mundiales: al marchar los hombres al combate (65 millones de soldados entre todos los contendientes) las mujeres tuvieron que hacerse cargo del trabajo para garantizar mantener la producción. Sin embargo, hasta más allá de la Segunda Guerra Mundial, se mantuvo la disposición legal de que la mujer debía solicitar permiso del marido para ejercer una profesión.
En consecuencia, las mujeres no pueden presentarse a un examen, matricularse en una universidad, abrir una cuenta bancaria, solicitar un pasaporte o un permiso de conducir. Tampoco pueden actuar ante la justicia. En países como Francia, esto perduró hasta 1965 inclusive. Y en España unos años más.
En la posguerra, las estructuras sociales comenzaron a cambiar. Eso se reflejó hasta en la moda, al imponerse faldas y cabellos más cortos. También surgen las guarderías para los hijos de las trabajadoras, así como la participación femenina en los sindicatos obreros.
La Europa de la posguerra vio cómo las mujeres se resistían a abandonar sus trabajos para volver a encerrarse en el hogar o trabajar en el servicio doméstico. Los nuevos tiempos suponen un cambio significativo en la concepción del trabajo femenino: se empieza a considerar que es necesario y que, además, dignifica a la mujer.
Las mujeres de clase media acceden cada vez más a un trabajo más cualificado y mejor retribuido. El aumento fue tan importante que, a finales de los años sesenta, había en Europa occidental, más mujeres oficinistas que hombres. También fue mayoritaria la participación de la mujer en trabajos como el de enfermera, telefonista, comercio, limpieza, peluquerías, etcétera.
Actualmente las mujeres copan las universidades y son fuertemente competitivas en todo tipo de trabajos, incluidos los técnicos. Pese a todo, en el tercer Mundo existe un alto porcentaje de mujeres en situación de marginalidad y de sometimiento que, en algunas partes, colinda con la esclavitud.
Civilizaciones donde la mujer tuvo mucho más poder que el mismo hombre
Las sociedades que giran en torno a la naturaleza y viven en contacto directo con ella actúan de manera más igualitaria. Y no hace falta remontarse en el tiempo para comprobarlo. Las comunidades amazónicas que subsisten aún, inmersas en la naturaleza, atestiguan estas pautas de comportamiento.
Tenemos otro ejemplo en la historia, el pueblo celta, en el que antes y en los comienzos de la era cristiana, la mujer no conoció de feminismo, ni machismo, ni matriarcado/patriarcado, y por supuesto, menos de tener la necesidad de luchar por sus derechos, sus espacios.
Comenzaron a habitar en el centro y el norte de Europa 2.000 años antes de Cristo. Extendiéndose entre el 1.500 y el 900 a.C. por las Islas Británicas, norte de Francia, y llegando al norte de España en el 800 a.C. Desde el nacimiento ambos sexos eran criados juntos, recibiendo la misma educación, así como el aprendizaje de oficios.
Tenían el derecho a elegir a su pareja y nadie podía imponerle un casamiento. Las leyes celtas incluían renovación del contrato matrimonial, al año de haberse casado, igualmente existía el “divorcio” con repartición de bienes equitativos. Manteniendo cada uno sus bienes propios y repartiendo los que hubiesen incrementado durante el matrimonio.
Luego del matrimonio ella no era propiedad de su marido, eran compañeros en una aventura matrimonial. La esposa permanecía como dueña exclusiva de sus propiedades, tampoco las propiedades habidas juntamente o poseídas por ambos podían ser vendidas o cedidas por el marido, sus derechos sobre los bienes comunes eran iguales y para disponer de ellos era necesario el consentimiento voluntario de ambos.
La mujer en la vieja Irlanda– único lugar del mundo celta que nunca fue visitado por las legiones romanas, mantiene su independencia hasta el siglo XII, y a los fines prácticos unos tres siglos más- estaba casi en un plano de igualdad con el hombre. En particular las mujeres importantes que no sólo imponían esta igualdad, sino también en algunos casos su superioridad. La mujer permaneció emancipada y fue a menudo elegida por su profesión, rango y fama.
Un ejemplo más cercano lo tenemos en España: los astures, quienes se asentaron aproximadamente en el siglo VI a.C. en el noroeste de la Península Ibérica y siguieron ese patrón social de igualdad entre géneros.
De igual forma en medio de una época medieval en la que la mujer europea no era tenida en cuenta e incluso se la llegaba a considerar como inferior, los vikingos fueron la excepción a la regla. Ellos tenían mujeres líderes, gobernantes, guerreras. Tenían un estado igualitario en la cultura vikinga, tanto legal como social.
La mujer vikinga era la jefa en el interior de la casa y a menudo se hacía cargo de la marcha de la granja cuando su marido y sus hijos estaban ausentes por motivos guerreros o comerciales. Se casaban entre los 12 y los 16 años, normalmente por matrimonios acordados, aunque se conocen historias de amores turbulentos consumados al margen de los acuerdos familiares.
Si quería divorciarse en caso de que el marido fuera perezoso, insultase a la familia o la maltratara, lo único que tenía que hacer ella era llamar a algunos testigos, y anunciar que se divorciaba. Las mujeres vikingas tenían un estatus que ninguna otra mujer de la época tenía, y que sólo lograron en períodos más recientes.
Curiosamente y siglos después hoy en día las mujeres escandinavas siguen siendo el mejor ejemplo de equidad conocido entre hombre y mujer.

Mujeres celtas libres
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS:
La mujer: pilar de la humanidad. (s. f.). Rotary E-Club Puerto Rico y Las Americas.
Usrcinterna. (2021). La importancia de cuidar la salud física y mental. Portal Administrativo PUCP.
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Igualdad de género en salud. (s. f.). OPS/OMS | Organización Panamericana de la Salud.
Juárez, B. (2022, 9 agosto). En México hay 22 millones de trabajadoras del hogar sin salario ni empleo. El Economista.
Junta de Andalucia. (s. f.). Las mujeres en la prehistoria y la historia antigua.
Juan López M. Rerumen Amor E, Trejo Rayón S. Egremy JL: La mujer,en las acciones de atención a la salud en México. Salud Pública Méx. 16: 537 -545, 1984.
Carmen, F. T. M. (2016). El origen de la mujer cuidadora: Apuntes para el análisis hermenéutico de los primeros testimonios. https://scielo.isciii.es/
Del Mar García-Calvente, M. (s. f.). El impacto de cuidar en la salud y la calidad de vida de las mujeres https://scielo.isciii.es/

DRA. BETTINA COLMENARES
Médica Cirujana y gerente de salud con más de dos décadas de experiencia. Especialista en cirugía general, particularmente cirugía laparoscópica y ginecológica y Fellow del American College of Surgeons. Líder en gerencia médica privada en clínicas urbanas con manejo de más de 1000 pacientes al año. Además, con conocimiento y experiencia en el mercado asegurador de medicina privada con énfasis en calidad de los servicios. Experiencia en estrategia para organizar servicios de emergencia en areas de conflicto urbano.
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