Márgenes versus evolución: reivindicando el universo femenino

Escrito por Mónica Arias

Fuente: Freepik
Mucho antes de que los griegos (mejor dicho, las griegas) dieran a luz figuras insignes como Platón, Aristóteles o Sócrates, existió un tiempo en que los pueblos se organizaban en tribus lideradas por mujeres. Ellas establecían las leyes, administraban los bienes, si así lo decidían se divorciaban, y ejercían sus derechos en forma natural, al igual que los hombres que con ellas convivían en comunidad y engendraban con ellas sus hijos.
De hecho, y según lo narra Pepe Rodríguez en su esclarecedor libro Dios nació mujer: “La mujer fue el centro motor de todas las sociedades pre agrarias (…) la sumisión y dependencia socioeconómica al varón es una realidad tan cotidiana que, aunque no estemos de acuerdo con esta situación, tendemos a creer que la mujer fue tratada como un ser inferior desde el origen de nuestra especie (…) pero esto no tiene absolutamente nada que ver con nuestro pasado remoto”.
(Me gusta pensar en aquellas mujeres como faros de sabiduría, deseosas de ayudar a quienes acudían a pedir auxilio en sus dificultades o tenían dudas y miedos…porque desde que el mundo es mundo, eso forma parte del transitar humano, generación tras generación).
Claro que ese pasado remoto no era un tiempo de retóricas ni de “inquisiciones” nefastas. La vida se desarrollaba con parámetros respetuosos de las figuras femeninas, no relacionados, como siglos más tarde, con el desprecio y la indiferencia hacia la mujer.
Por el contrario, ella era creadora y portadora de vida y orden, de paz y justicia, de admiración y amor, símbolo de sabiduría, e indudable merecedora de respeto. Su universo no estaba oculto, porque lo plasmaban en sus actividades diarias.
Este pie de igualdad que compartíamos como género con el masculino se fue disolviendo tan sutil y lentamente que cuesta encontrar en los libros de historia (dicho sea de paso, escritos en su mayoría por hombres) registros precisos de estas transformaciones en la vida y universo femeninos. Los resultados no son inocuos: el varón se apoderó del conocimiento y con él de los espacios públicos, estableció reglas, invalidó a la mujer intelectualmente y creó una enorme grieta de desigualdad obstruyendo la rueda de la evolución humana al no compartir la libertad que otorga el conocimiento más que con sus pares, los otros hombres, durante siglos.
“La mujer fue el centro motor de todas las sociedades pre agrarias (…) la sumisión y dependencia socioeconómica al varón es una realidad tan cotidiana que, aunque no estemos de acuerdo con esta situación, tendemos a creer que la mujer fue tratada como un ser inferior desde el origen de nuestra especie (…) pero esto no tiene absolutamente nada que ver con nuestro pasado remoto.”
Y al hacerlo, discriminó consciente y alevosamente a la mujer, afectando su universo íntimo de manera tal que ella (nosotras) terminó creyendo en su discurso, no pudiendo siquiera imaginar uno propio. Así, desde el escenario privado al que fue recluida por egoísmo y “por las dudas”, la mujer transmitió a sus hijas mujeres una “manera de ser ideal”, repitiendo esos mandatos culturales con los que fue “educada”, sin chistar y durante siglos, bien porque así “debía ser”, bien para evitar la terrible marginación.
La mayoría no tenía remota idea de qué otra cosa podía o quería hacer, ni se le ocurría tampoco: vivía embalsamando su identidad. Y aunque, excepciones mediante, algunas suficientemente seguras de sí mismas expresaran la no coincidencia, los costos eran elevadísimos: por ejemplo, su vida en la hoguera, por ser consideradas “anormales”, “amorales”, “subversivas” y “condenables”.
Fue así como ciertos mecanismos se enquistaron y criaron raíces, “formateando el cerebro femenino” y “mostrando la buena senda” a seguir por la mujer, sugiriendo modos de comportarse, de relacionarse, de entregarse, de obedecer, de callar y de servir, es decir, de morir en vida.
La periodista colombiana Silvana Paternostro en su testimonial libro En la tierra de Dios y del hombre, hablan las mujeres de América Latina nos dice :
“Siempre he vivido entre hombres que nacieron para hablar de política, hacer política, e incluso gobernar. Como era curiosa, me permitieron saborear ocasionalmente ese mundo exclusivo. Me dejaban bailar en torno a ellos, hacer algunas preguntas, opinar de vez en cuando, pero si me aventuraba más allá de lo permitido, me ponían rápidamente en mi sitio de “subalterna”.
Con el advenimiento de la era industrial, las mujeres salimos a trabajar – antes y siempre también habíamos trabajado duro, pero no a cambio de un salario. Claro que las condiciones laborales de estas primeras mujeres trabajadoras eran paupérrimas, pero se había apoderado de ellas la necesidad de respirar distinto, por una cuestión de supervivencia dirían los historiadores, y podríamos agregar por un mero “escapar” del encierro al sometimiento.
Queríamos suprimir márgenes impuestos, anhelábamos volver a participar, teníamos ganas y garras para crear y relacionarnos con la vida desde un lugar personal, único, imperfecto sí, pero propio. Integrando a nuestros hombres, claro, pero ¡vaya ambición! Utopía irreverente, impensable, podríamos decir, escandalosa.
Baste saber que algunas mujeres de ciencia del siglo pasado, por ejemplo Marie Curie – Premio Nobel de Física en 1903 por su descubrimiento del radio – por citar solo una de ellas, tuvieron que “esconder” sus experimentos durante décadas solo por ser mujer. Marie tuvo “la suerte” de tener un marido también físico, que apadrinó su camino de investigación, pero esa no fue el contexto de muchas otras.

«Marie Curie, a la derecha, junto a su hija Irene, en su laboratorio en París Francia, el 20 de abril de 1927». (El Espectador – Foto de AP)
“Invito a quienes lean este artículo a auto homenajearse con sencillez, pero con certeza y agradecimiento. Certeza por haber transitado este año con valentía e integridad, sabiendo que si bien es un ciclo a punto de cerrar, nuestro universo femenino puede y debe continuar aportando infinidad de bendiciones al que comienza – estamos hechas de luz y llenas de dones que ansiamos compartir – siempre que aprendamos a reconocerlo y liberarlo.”

El próximo 25 de Noviembre conmemoraremos una vez más el Día Internacional de la No violencia contra la Mujer. ¿Saben por qué se eligió ese día?
Porque hace menos de un siglo, el 25 de Noviembre de 1960, se realizó en República Dominicana uno de los femicidios más atroces de la historia. El dictador Rafael Trujillo, mandó asesinar a golpes a Minerva Mirabal Reyes y a sus dos hermanas, Patria y María Teresa en un descampado Dominicano. Minerva no toleraba las injusticias del régimen de Trujillo, ni sucumbió ante sus reiteradas insinuaciones obscenas, y esto, sumado al hecho de que era líder de la resistencia contra el dictador, le cuesta la vida, y a sus hermanas. (Recomiendo mirar la excelente película: “En el tiempo de las mariposas” protagonizada por Salma Hayek como Minerva Mirabal Reyes)
Hemos recorrido un largo camino desde entonces, pero seguimos padeciendo altos índices de femicidios en todo el mundo, hoy lamentablemente ejecutados en su mayoría por personas de nuestro entorno: parejas, amigos, novios, maridos u otros familiares.
Bueno es que, hacia el cierre del año, reflexionemos entonces no solamente sobre nuestros logros profesionales y objetivos para el año entrante, sino también sobre esta dura realidad. Porque como suelo decir, los varones han sido criados, en general, por mujeres…
Mujeres que no saben ponerles límites, atrapadas por los márgenes impuestos por la cultura, interpretando que amar es poseer, o ser poseídas, subestimadas al varón mientras le rinden culto. Mujeres que manipulan, ocultan y niegan, generando violencia interior que va, como si nada, fomentando la culpa in crescendo y destruyendo su calidad de vida y la de su familia. Es decir, mujeres que no se aman a sí mismas…
El impacto de esa involución solo se “nota” y se lamenta con el tiempo, muchas veces demasiado tarde.
Pero ¿qué es la culpa? La Licenciada Liliana Mizrahi en su genial libro Las mujeres y la culpa, la define así: “La culpa es un sistema de clausura alimentado y sostenido por las herméticas leyes del statu quo que neutralizan la realización de nuestra subjetividad transformadora (…) Es el instrumento más efectivo para neutralizarnos como sujetos autónomos (…) que nos convierte en seres frágiles y vulnerables”.
¡Tamaña herramienta doña culpa! Margen impuesto e instalado en el inconsciente colectivo femenino como si tal cosa, viene perpetrando todo tipo de comportamientos nocivos.
Liberarnos de ella es aceptar nuestra libertad. El problema es que no sabemos cómo vivirla, porque implica romper con “lo establecido” y esto supone y se vive inconscientemente como una transgresión. El proceso creativo de un orden más justo y menos estereotipado, que esté de acuerdo con nuestro universo femenino se ve así demorado, negado, ignorado.
Por eso, invito a quienes lean este artículo a auto homenajearse con sencillez, pero con certeza y agradecimiento. Certeza por haber transitado este año con valentía e integridad, sabiendo que si bien es un ciclo a punto de cerrar, nuestro universo femenino puede y debe continuar aportando infinidad de bendiciones al que comienza – estamos hechas de luz y llenas de dones que ansiamos compartir – siempre que aprendamos a reconocerlo y liberarlo.
La invitación es a seguir transitando con gratitud plena este espacio-tiempo, y mi deseo es que nunca nos falte la alegría: seguramente, nuestras antepasadas vivían en esa frecuencia… y eso era un signo inequívoco de su nivel de sabiduría.
De vez en cuando “escucho” sus carcajadas viviendo en comunidad, que brotan como un eco, desde vaya a saber dónde…

Mónica Arias
Hola! Soy Mónica Arias, madre de dos seres humanos geniales, Consultora y entrenadora en Comunicación de Excelencia para empresas, NeuroCoach ejecutiva con visión holística, Disertante internacional bilingue y Profesora de Oratoria Creativa.
Poseo más de 20 años de experiencia corporativa, y fue a raíz de las falencias en comunicación que observé durante ese tiempo que decidí comenzar mi camino emprendedor hace ya varios años.
Me encanta ayudar a transformar positivamente la calidad en la comunicación y en las relaciones – Cultura – dentro de las organizaciones. Enseñar, en especial a las mujeres líderes, a brillar como disertantes, y acompañar a las personas en su crecimiento y transformación para evolucionar en su vida cotidiana y su trabajo.
Mi lema es: «Nada cambia si nada cambia»
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