Entre “resbalones en suelo pegajoso”, discriminación y autosabotaje

Escrito por Mónica Arias

Fuente: Freepik (Drazen Zigic)
A ninguna de nosotras se nos escapa una realidad que tiene componentes culturales, educativos, contextuales, históricos y hasta me animo a decir atávicos (ancestrales), que nos envuelve cual neblina densa cada vez que abordamos el tema de género, particularmente en los ambientes laborales.
No expondré las mil reivindicaciones por las que las mujeres del mundo venimos clamando en todos los ámbitos, ya que hay investigaciones magníficas en este sentido, cuyas representantes conocemos o de las que hemos escuchado hablar.
Lo que sí compartiré son algunos rasgos latentes y otros patentes que nos siguen perturbando, haciéndonos “resbalar en suelos pegajosos” en el mundo laboral, que sigue discriminándonos – simplemente por haber nacido mujer, o elegir serlo – así como otros aspectos propios de nuestra psique que ayudan a perpetuar este problema global.
Porque referirse al “suelo pegajoso” (primo hermano del no menos famoso “techo de cristal”), desgranarlo y entender cuál es nuestra participación – consciente o inconsciente – en perpetuarlo, es hoy una tarea vital para seguir creciendo en el camino de la evolución consciente, sin ampararse en “racionalizaciones” insostenibles que no esclarecen, ni esgrimir excusas que ya no van más.
Pero veamos de qué se trata el “suelo pegajoso”…
Fue Catherine Berheide, Doctora en Sociología (USA), quien en un informe para el Centre for Women in Government acuñó el término “suelo pegajoso” allá por los ’90, para referirse – tal como sostiene Angélica Bucio Méndez, Consultora en Comunicación (España) – a ciertos “mecanismos implícitos que se aplican a las mujeres para mantenerlas en los puestos bajos y medios, que se enfocan en los estereotipos de género, la división entre trabajos “masculinos y femeninos”, el acoso social y psicológico y la incompatibilidad de la vida privada con la pública”.
Por su parte, Ana Estrada, directora de la consultora Brújula Interior (México), sostiene que el concepto no se explica por si mismo, lo cual dificulta que las personas lo retengan y comprendan, ya que “piso pegajoso o resbaloso” remite a la idea de que NO está seco, y por ende solo es seguro para unos pero no para otras. Y coincide con Bucio Méndez en que el factor principal por el que las mujeres solo acceden a posiciones con sueldos menores que los hombres es la incapacidad para conciliar vida privada y trabajo:
“En muchas ocasiones, aceptamos trabajos donde nos pagan poco, o con menos carga de responsabilidad, para poder cuidar a una persona mayor, o con discapacidad, y también a infantes, enfermos, etc», nos dice.
«… si en la empresa donde se desempeña no existe una cultura laboral sea virtual, presencial o híbrida que anime la flexibilidad de horarios y le brinde seguridad psicológica, ni tampoco hay programas de licencias de maternidad – y guarderías – bien establecidos, el “suelo pegajoso” continuará siendo un flagelo y las posibilidades de ascenso laboral sencillamente no existirán para ella.»
Otro motivo que mantiene los “resbalones” en suelo pegajoso, es la falta de oportunidades en educación de las mujeres en su vida personal: muchas no reciben más que la inicial básica y un porcentaje de las que terminan el secundario no continúa su educación superior. Además, las estadísticas mundiales muestran que hay muchos más varones estudiando y trabajando en la industria STEM (Siglas en Inglés de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas), que implican carreras con trabajos mejor remunerados y con altos índices de crecimiento profesional.
En cambio a las mujeres, por las razones descritas y otras que hacen a su mundo interno, se les hace sumamente difícil – sino imposible – acceder a una educación superior que podría ayudarlas a ocupar puestos de responsabilidad con mayor nivel económico.
Por otro lado, en 2018/19 se observó que las carreras elegidas por mujeres siguen siendo las del ámbito educativo, de la salud y de servicios sociales…Es decir, las referidas a los cuidados de los demás.
El círculo se cierra en su contra, porque si en la empresa donde se desempeña no existe una cultura laboral sea virtual, presencial o híbrida que anime la flexibilidad de horarios y le brinde seguridad psicológica, ni tampoco hay programas de licencias de maternidad – y guarderías – bien establecidos, el “suelo pegajoso” continuará siendo un flagelo y las posibilidades de ascenso laboral sencillamente no existirán para ella.
Si bien esto está cambiando, aún persiste en la mujer la idea de “la entrega” como obstáculo para su desarrollo laboral.
¿Por qué? Porque además de todo lo expuesto, y como sostiene Toni Morillas, directora del Instituto de las Mujeres (España) “Una mujer que se está dedicando a mirar su trabajo desde la perspectiva ética de los cuidados – en general familiares – es más probable que sea percibida por sus directivos como que no hace falta que ocupe puestos de responsabilidad”.
Aunque para María Olivella – Coordinadora de la Unidad de Igualdad en la Universidad Oberta de Cataluña, España – el problema va más allá: en las empresas existe una segregación horizontal, o distribución profesional en clave de género. Sostiene que “Las profesionales femeninas en sí mismas ya están mal pagadas y esto es un tipo de suelo pegajoso”, y denuncia una clara segregación por sexos inclusive desde los claustros universitarios.
El tema es harto complejo, imposible de abarcar en su totalidad en un artículo, porque tiene matices incontables, capas casi invisibles como una cebolla que atañen al corazón mismo de cada cultura y la manera en que crecemos y somos influenciadas por ellas.
Es, definitivamente, un problema que requiere de actores desde varias disciplinas y de acciones concretas y sostenidas de parte de empresas y gobiernos en función de erradicarlo.
«la realidad es que NO sabemos ponernos límites, y menos a los demás, justamente, porque ponerlos implica dejar de tolerar la entrega como “natural” de nuestra parte y recuperar el poder de decisión.».
Ahora bien, los desajustes descritos sobre los accesos de la mujer al mundo laboral – y tantos otros como el acoso sexual – representan solo una parte del problema: las empresas dejan al descubierto “sutil” o explícitamente la discriminación laboral contra las mujeres, por las razones expuestas y/o porque la cultura – salvo excepciones, en cualquier latitud – “normaliza” que así sea.
Pero las invito ahora a mirar de frente, aunque duela o incomode, la otra “cara de la moneda”: el autosabotaje.
Porque si se “normaliza” culturalmente la discriminación laboral en cuanto a posiciones y paga de los puestos femeninos, es porque las mujeres no solo llevamos las “cargas impuestas” de lo que socialmente “se espera” de nosotras como algo “normal” (fruto de lo cual naturalizamos la elección de lo que estudiamos y del trabajo que aceptamos) sino que además somos en gran medida las “constructoras” de nuestras propias trampas mentales, creencias limitantes o como más les guste llamarles.
Por ejemplo: nos “enorgullecemos” por demás de nuestra condición de “dadoras”, y creemos que esto nos da “chapa” de “muy buenas o admirables”, trofeo que “nos colgamos” para que la cultura que nos mal enseñó, deje de señalarnos con el dedo si no “cumplimos” sus mandatos.
Pero la realidad es que NO sabemos ponernos límites, y menos a los demás, justamente, porque ponerlos implica dejar de tolerar la entrega como “natural” de nuestra parte y recuperar el poder de decisión. Esto a cualquier cultura le aterra, porque nos da autonomía psicológica, lo cual también a nosotras mismas nos aterra.
Así, sucede que pensamos que “debemos” hacer esto y aquello, o “priorizar” lo otro o lo de más allá, por nuestra simple condición de género – elegida o no – “porque es lo que corresponde”. Esta “programación mental” no es inocua, forja el autosabotaje en el inconsciente.
La resistencia a modificarla – lo cual es totalmente posible psico-físicamente hablando – es grande. Por eso se requiere de tiempo, coraje y mucha paciencia, ya que los sinsabores emocionales de un cambio nos hacen dar marchas y contramarchas. Una razón es que a las mujeres también nos aterra la sola noción de nuestra propia libertad, empezando por la económica, sencillamente porque salvo excepciones, no la hemos “mamado”.

Fuente: Freepik (Drazen Zigic)
“Ser nosotras mismas hace que acabemos exiliadas por muchos otros. Sin embargo, cumplir con lo que otros quieren nos causa exiliarnos de nosotras mismas”

Tampoco nos resulta muy fácil pedir ayuda a los varones de nuestro entorno cuando estos pensamientos se nos cruzan, porque simplemente “estamos programadas” para hacer mil tareas a la vez aunque no nos guste, y para “no molestarlos con cuestiones que solo nos atañen a nosotras”. Cuestiones que se espera cumplamos en un grado de “perfección” enfermiza, en particular las relacionadas a los cuidados de otros y al ámbito familiar, postergándonos y descuidando, por falta de tiempo y energía, inclusive nuestra propia salud.
Sabemos que las culturas en general suelen ser misóginas. En Latinoamérica, por ejemplo, nos llevamos varios “premios”. Pero contrarrestando esta verdad, ya Simone de Beauvoir, filósofa y escritora francesa, describía en una sola frase su contracara: “El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”.
Comprender que aún en nuestros días un gran porcentaje de la población femenina acuerda con la naturalización del “suelo pegajoso” y otros problemas que la perjudican, privilegiando a los varones en ámbitos laborales, es comprender el nivel de “ganancia psicológica” resultante: crecer siempre duele y nos desafía, por ende, mejor “pegarse” a lo establecido, lo familiar, lo que “no se discute”, que trabajar para mejorar el estado de las cosas. Sí, hay que hacerse cargo de esto aunque moleste…
La Lic. Clara Coria (Argentina) describe este tema y sus “bifurcaciones” en dos de sus excelentes libros cuya lectura recomiendo: “El sexo oculto del dinero” y “Los laberintos del éxito: ilusiones, pasiones y fantasmas femeninos”.
Quiero finalizar con una buena noticia: las nuevas generaciones van mostrando un interés cada vez mayor por reclamar igualdad ante los varones, tanto de condiciones laborales, responsabilidades, posibilidades de ascenso y sueldos. Las jóvenes de hoy son el espejo de un trabajo fecundo que sigue en pie, y con el que se identifican, no para enfrentarse a los varones sino para trabajar codo a codo con ellos, y cocrear mejores relaciones, dividiendo equitativamente responsabilidades, en especial en el ámbito familiar y de cuidados de terceros.
El camino trazado sigue siendo sembrado por mujeres increíbles que mantienen “la luz prendida” para las que permanecen a oscuras, y para las que defienden el statu quo en materia de trabajo femenino, creyendo que evitarán enfrentarse a la dura realidad de que ellas mismas podrán ser damnificadas en cualquier momento por el mismo sistema que apoyan.
Me despido con esta brillante frase de la escritora Clarissa Pínkola Estés que me encantó:
“Ser nosotras mismas hace que acabemos exiliadas por muchos otros. Sin embargo, cumplir con lo que otros quieren nos causa exiliarnos de nosotras mismas”. Amén.

Mónica Arias
Hola! Soy Mónica Arias, madre de dos seres humanos geniales, Consultora y entrenadora en Comunicación de Excelencia para empresas, NeuroCoach ejecutiva con visión holística, Disertante internacional bilingue y Profesora de Oratoria Creativa.
Poseo más de 20 años de experiencia corporativa, y fue a raíz de las falencias en comunicación que observé durante ese tiempo que decidí comenzar mi camino emprendedor hace ya varios años.
Me encanta ayudar a transformar positivamente la calidad en la comunicación y en las relaciones – Cultura – dentro de las organizaciones. Enseñar, en especial a las mujeres líderes, a brillar como disertantes, y acompañar a las personas en su crecimiento y transformación para evolucionar en su vida cotidiana y su trabajo.
Mi lema es: «Nada cambia si nada cambia»
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