Percepción de la vejez en los jóvenes

Escrito por Roser Rovira

Foto de Killarn Peralta en Unsplash
La juventud se retroalimenta de juventud. La juventud, a quien ya desde su infancia le han llegado mensajes pregonando que la juventud es la mejor época de la vida, a la que le han injertado desde los medios de comunicación que la mejor piel es la que no tiene arrugas; que el mejor pelo es el que no tiene ni una brizna de gris o de blanco; y que la energía y la vitalidad a raudales es lo mejor que pueden tener y que tendrán en esta vida, ven al resto de grupos de edad desde lo alto de un pedestal. La propia sociedad ha coronado como reyes indiscutibles de la propia sociedad a unos jóvenes volubles, indecisos y sin experiencia.
¿Quién no se dejaría adorar, si se lo propusieran? Y los jóvenes salen en anuncios vestidos en bikinis, disfrutando del sol y de la playa, con una alegría continuada y pegadiza, absorbiendo la vida ilimitada en estado puro. Siendo reyes. Dioses. Príncipes. De cuerpo atlético, mirada de labios carnosos, dientes blancos, cabellos ondeando al viento, y riendo y saltando y bailando y disfrutando sin fin. Ésta es la imagen que los anuncios publicitarios impregnan en las mentes de adultos y jóvenes y niños y viejos. Y a nadie le importa que esta visión sea falsa.
Si ésta es la percepción que tienen los jóvenes de sí mismos y de la sociedad, no es de extrañar que vean a los demás estratos de edad como inferiores.
¿Qué otro grupo de edad puede presumir de tener un cuerpo perfecto, toda la vida por delante, capacitado para decidir su futuro sin equivocarse, y una alegría desbordante, traducida en fiestas continuas, llenas de música y buen rollo?
Aunque esta visión difiere mucho por no decir infinito de la realidad de casi todos los jóvenes, esto no quiere decir que esta imagen que nos han hecho llegar durante décadas de la juventud como regalo no sea asimilada interiormente para gran parte de la sociedad. Y esta realidad ficticia lleva, inevitablemente, a un rechazo sistemático de la edad más alejada, tan cronológicamente como a nivel de actuación, de la edad joven.
Los viejos no tienen la piel fina ni elástica, por el contrario, la tienen llena de arrugas.
Los viejos tienen el pelo blanco, y no brilla cuando el sol pasa a través.
Los viejos miran las obras en construcción, porque no tienen nada más que hacer en todo el día; los viejos necesitan bastón para caminar, y caminan lentos y estorban al resto de peatones; los viejos… y una mueca de asco, aunque debería ser de desconocimiento, surge en las bocas de estos jóvenes, de estos seres perfectos, que ven imperfección en cualquier cosa que no está metida dentro de unos estándares irreales que ellos han interiorizado como verdaderos, aunque no se cumplan ni para uno mismo.
En este caso, sin embargo, hay que decir que los jóvenes, como todo el mundo, tiene una mesa de salvación donde se puede coger cuando las ideas ideales consideradas como ciertas naufraguen dentro de la mente algo espabilada: la familia.
A pesar de que tendemos a albergar en conceptos generalistas a la masa de gente desconocida, y conceptos generalistas principalmente negativos, acostumbramos a tener un elevado grado de cariño por los abuelos.
Los abuelos son aquellas personas que, no hace tanto tiempo, han cuidado de esta juventud que ahora ya es más alta que ellos. El plato de macarrones de la abuela es el mejor del mundo, mucho mejor que el que te pueden servir en cualquier restaurante de referencia.
La aventura del abuelo haciendo la mili se transforma en extraordinaria, dentro de la memoria de un joven que hace poco tiempo era un niño que escuchaba embobado una aventura peligrosa.
Los paseos con los abuelos, terminando siempre en la tienda de dulces están metidos dentro de la cabeza de los jóvenes.
Las abuelas que acochan, las abuelas que cantan canciones, las abuelas que cocinan, las abuelas que curan con besos. Y estos recuerdos ayudan a los jóvenes a mantener un pie dentro de la realidad, y a veces, pensando en sus abuelos, se guardan de criticar a la masa societaria que incluye a las personas mayores. A los viejos. A los viejos tontos. A los viejos tontos y pobres y sin trabajo y cargados de manías y males y que están al borde de la muerte.
Sólo con el recuerdo y la melancolía de unos abuelos dulces, tiernos, simpáticos y empáticos, los jóvenes pueden tomar prestados los mensajes sintéticos y cargados de prejuicios que contienen las redes sociales y los anuncios publicitarios, para suplantarlos con otros de reales.
¿Quién no tiene un mensaje de candidez y ternura hacia su abuelo o abuela? Las redes van llenas, aunque no bastante llenas, de recuerdos de los abuelos, de agradecimiento por los abuelos, de fervor por los abuelos, de nostalgia por los abuelos. Y de reproches hacia uno mismo. Debería haberle dicho más a menudo que le quiero. Debería haberla visitado mucho más. ¡Gracias por todo, abuela!
Es en el grupo de edad de los jóvenes, que éstos aprenden que el mundo está cargado de dicotomías, y que el blanco nunca suele ser tan blanco, ni el negro completamente negro.
Así pues, los recuerdos familiares resultan ser la mesa de salvación para estos jóvenes inmortales que pronto recibirán la sacudida de la mortalidad en pequeñas dosis, en forma de arruga, de pelo blanco, de toma de decisiones o de toma de conciencia. Pero mientras tanto, la infravaloración de los viejos como clase decadente continuará.
Otro aspecto a destacar es que la sociedad, con buena fe, está impulsando iniciativas que propugnan la ayuda de los jóvenes a los viejos. Ayudas en forma de clases de informática básica, de cómo utilizar aplicaciones, de programar un aparato que pite cada vez que la persona mayor deba tomarse una pastilla.
Estas ayudas, aunque por un lado es necesario reconocer como beneficiosas para un grupo importante de personas mayores, por el otro perjudican la concepción de vejez, porque encasillan a todo el grupo de edad de los viejos en personas poco adaptadas a una sociedad tecnológica, con grandes necesidades que sólo los jóvenes pueden solucionar. Si está bien esta ayuda, de jóvenes hacia viejos, es necesario fomentar, por otra parte, la ayuda en sentido contrario.
Se deben potenciar que las personas mayores sean mentores que, con su experiencia, pueden aconsejar a unos jóvenes inexpertos en la creación de empresas, en qué vías seguir a nivel académico, en valorar sus puntos fuertes y sus debilidades, en cómo interactuar en la sociedad de forma válida.
Es importante, vital, primordial crear esta vía de ayuda de los mayores hacia los jóvenes.
Y es importante, primordial, vital, porque sino los jóvenes cada vez homogeneizarán más e infantilizarán más un grupo de edad que ha vivido, y como tal experimentado, en todos los estadios de la vida. Los ancianos, la gente mayor, dispone de unos conocimientos que son y deben considerarse imprescindibles e inestimables para las futuras generaciones.
Ahora sólo falta que unos y otros lo vean claro. La juventud debe dejar de tener miedo a envejecer. Envejecer es un regalo. Se envejece desde el día en que nacemos. Y debemos pregonarlo a los cuatro vientos.

Roser Rovira
Me licencié en Química y he trabajado muchos años en Prevención de Riesgos Laborales. A los cuarenta años, cuando ya pensaba que lo tenía todo hecho, salí de mi zona de confort. Viviendo en Polonia realicé una web para escuchar cuentos en once idiomas, y en Massachusetts he trabajado de maestra, de intérprete en hospitales, de traductora para distritos escolares, y de creadora de contenido para un centro de niños con altas capacidades. Con cincuenta años, acabo de empezar un trabajo de asistente en un centro de investigación sobre el Alzheimer. Sé que puedo reinventarme, y acepto los retos que tengo por delante.
En mi tiempo libre, escribo. Mucho. Novelas, cuentos, relatos. Soy voluntaria en una web donde publican cuentos sobre niños enfermos, valientes y fuertes, que quieren contar su historia al mundo. Y escribo sobre la gente mayor. Sobre los viejos. Me encanta hablar con ellos, observarlos y escribir pequeñas historias o grandes cuentos sobre sus aventuras. Anna Editorial es mi proyecto para publicar libros, cuentos, audiolibros, cómics…. sobre gente mayor. Quiero luchar contra la discriminación por edad, el edadismo, a través de la literatura, para así empezar a eliminar los prejuicios erróneos que pesan sobre los mayores. Mis abuelas me enseñaron fortaleza y dulzura, y yo pretendo contar al mundo que el envejecimiento es vida, y que la vejez es un estadio más de la vida. ¿Te apuntas?
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